Yo Soy el que Soy
Puede que Dios no sea comprobable a través de fórmulas matemáticas o propiedades de la física, pero vivimos en una era donde la evidencia de Dios está en todo nuestro alrededor. Sólo mire a través del telescopio Hubble y eche un vistazo al inmenso cosmos. Vea el monitor de un microscopio electrónico de barrido y profundice en el intrincado mundo de una célula microscópica. Siéntese y lea una biblioteca entera de información que revela la complejidad del código digital que convierte a un huevo fertilizado en un ser humano. Estudie los principios de mecánica cuántica e investigue el mundo de lo extra-dimensional. Revise la naturaleza de su consciencia, subconsciencia, estándares de moralidad, y pensamientos de religión. Luego, trate de reconciliar todas estas realidades con una teoría básica de aleatoriedad. No creer en Dios es ahora mucho más un "acto de fe" que nunca antes.
אֶהְיֶה אֲשֶׁר אֶהְיֶה transliterado al español como "ehyeh asher ehyeh", y pronunciado [ehˈje aˈʃer ehˈje], se traduce en español en "Yo Soy el que Soy", siendo esta la respuesta que Dios dio a Moisés cuando le preguntó ¿cuál es tu nombre? (Éxodo 3,14)
De la palabra hebrea traducida como "Yo Soy" proviene de la forma derivada יהוה (YHWH). Generalmente se cree que יהוה es una forma del verbo hayah (אהיה) "Ser", en cuyo caso significaría "el Eterno" [el que vive eternamente]. El atributo divino destacado por este nombre es el de la "autoexistencia", y la "fidelidad".
La Divinidad
La palabra divinidad se originó en el latín “divinitas” estando integrado el término por el sustantivo “divus” que se traduce como “Dios” y por el sufijo de cualidad “itas”. La divinidad es lo que reúne la cualidad de Dios, como ente sobrenatural, trascendente, eterno y perfecto.
Santísima Trinidad
La Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo, entendido como la verdad revelada por Dios [Mateo 11,25], difundida desde los Apóstoles [1 Juan 1,3], propuesta por la Iglesia [CIC 249] y aceptada por los fieles cristianos.
Las palabras de Jesús indican que este misterio trinitario había sido oculto para los antiguos y que Él viene a revelarlo, es decir, a darlo a conocer: "Te alabo, Padre, Señor del Cielo y de la Tierra, porque has mantenido ocultas estas cosas a los sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, pues así fue de tu agrado" [Mateo 11,25].
Tras la institucionalización de la Iglesia, surgió un debate respecto a éste, dando lugar al primer Concilio Ecuménico de Nicea, año 325, donde se ocupó de definir la naturaleza del Hijo respecto del Padre confesando «que el Hijo es consubstancial al Padre», es decir, un solo Dios con él» (CIC 242).
El segundo Concilio Ecuménico, se dio en Constantinopla, año 381, donde se reconoció al Espíritu Santo. «Creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre» (CIC 245), reconociendo de esta forma al Padre como fuente de toda la divinidad. Este origen eterno del Espíritu Santo está en relación con el Hijo. Ratificándose en el Concilio de Calcedonia en el año 451. De esta manera, se dio forma definitiva a la oración del Credo de la iglesia, donde decimos: «Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria».
Por la gracia del bautismo en palabras de Jesús: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mateo 28,19), somos llamados a participar en la vida de la Santísima Trinidad, aquí en la tierra, y después de la muerte, en la vida eterna.